Por causa del imperialismo neo-colonial, la explotación del trabajador a todos sus niveles y la constante aplicación del Estado de políticas de protección a las grandes empresas - en vez de subvencionar al individuo romántico y ensoñador que preferiría recibir una subvención oficial por escribir lo que se le dé la gana en un blog - , los miembros del Politburó de La Monserga del Fútbol deben vender sus cuerpos (?) para sobrevivir. Este que les escribe, particularmente, tiene que viajar cada cierto tiempo a un lugar bastante recóndito de los Andes peruanos, sitio en el que las preocupaciones no son “pa´donde vamos a tomarnos los tragos, pues” o “qué tráfico tan hijueputa”, sino qué putas vamos a comer, qué frío tan catrehijueputa está haciendo, no me quiero bañar, qué mierda hago aquí, qué pereza levantarme con este frío, puta, por qué no nací hijo de Santodomingo o siquiera de Carlos Antonio Vélez (?).
En medio de esas tribulaciones me agarró con delay una noticia que me dejó más frío: se fue de este mundo de mierda el Grandísimo, Monolítico, Totémico; la Línea Maginot del Área, la Muralla de Piedra, el Grossísimo y Monumental (pónganse de pie, todos, y todo el día, maricas): José “El Boricua” Zárate. El Antihéroe por antonomasia del fútbol colombiano. Poco conocido por estas generaciones y totalmente ignoto en el exterior. Pero ídolo de este servidor, Santo Patrono de La Monserga del Fútbol. Abanderado de los que somos poco a nulamente dotados para manejar el balón, pero suplimos dicha limitación metiéndole huevas hasta corriendo a coger el bus en la mañana.
La carrera del gran Boricua no fue la estelar de muchos otros pero sí lo suficientemente sólida como para sacar más pecho: jugó como defensa central en el Junior (donde debutó a principios de los 70), Medellín y Cúcuta (en donde se retiró en 1984, a quién no se le quitan las ganas de seguir jugando estando en el Cúcuta!). Fue titular indiscutible en la selección Colombia subcampeona de América en el 75, en la que una jugada desafortunada lo marcó de algún modo el resto de su carrera. Era respetado y querido por todos, a pesar de sus repetidos gaffes dentro del área propia. Porque el Boricua regó por muchos años las canchas colombianas de sudor y ligamentos rivales, pero también de autogoles y penales en contra. Su proverbial limitación para manejar la redonda unida al ímpetu que le metía a evitar que el contrario marcara, originó que la estadística de autogoles y penales en contra del Boricua fuera, eh, respetable. Uno cuando escuchaba un partido del Medallo y sonaba el locutor “Penaaaaaallllll, a favor del (rival del DIM)” y/o “Autogol, autogol del Medellín”, podía apostar su alma aún inocente a que el autor material del mismo fue el Boricua.
Por eso, desde el inicio de este bló muchos nos han preguntado: “Ysec, güevón: cuál es tu admiración por el Boricua, si decís que era tan malo!”. Incluso a nuestra filial en Catalunya, La Montsergat del Baló, le escriben cada cierto tiempo: “Jo! Ese tío de Colombia está más que majareta! Ese Boricua era un bestiajo que se la pasaba dando castañazos contra sí mismo! Jo! Més que el peor del Real!”. Están equivocados, muchachos: el Boricua no era un tronco. El Boricua era un limitado titán sacrificado y voluntarioso, impasable y férreo, inoxidable y grosso, con cuatro huevas puestas al servicio de evitar que el delantero contrario pase hacia el arco propio. Eso no es un tronco, eso es un héroe del común. Como usted o como yo, que no somos Messi, Van Basten, Falcao, Maldini, Iván Ramiro o ni siquiera el "Chaka" Palacios. Un tipo al que no le podías agarrar rabia por un autogol, o varios, porque en la cancha siempre, siempre defendía la camiseta del equipo con la misma convicción de un soldado inglés defendiéndose de la carga francesa en la Batalla de Agincourt.
Grossez |
Por eso el Boricua, para mí, es un símbolo del DIM sufrido, batallador y esforzado que se pasaba los años quitándole minutos de vida a sus hinchas, que a pesar de eso nunca dejaron de alentar al Poderoso. Un jugador con muchas limitaciones pero que nunca dejaba de meter la pierna, por y para el pueblo. Un tipo tan querido que el respetable, después del bufido general de consternación por un autogol o penal del Boricua, terminaba riendo, resignada. El Boricua duró 8 años en el Medallo sin ganar un trofeo, pero ahí aguantó impertérrito imponiéndose en el área, imperial, rupestre y autoritario. Quedando en la eternidad, Boricua. Tú, Boricua, gran mariscal de los antihéroes, con pocos títulos pero mucha, mucha gloria. Que tu espíritu vuelva al Atanasio e insufle de ánimo a algunos pajizos que han vestido la gloriosa camiseta del Rojo. Nunca te vas a ir de allá.
Nota: Todavía no se pueden sentar, sigan así hasta el resto del año.